En el corazón geográfico de Suiza, Berna, la capital federal, desmiente su estatus metropolitano para ofrecer una experiencia sorprendentemente pausada.
Pese a contar con una población en su área de influencia cercana a los 400.000 habitantes, la ciudad se mueve con una parsimonia atípica, una cualidad que la ha blindado contra el frenesí urbano.
Berna se presenta como un destino invernal ideal, notablemente accesible y manejable, perfecto incluso para viajes familiares. La Agencia Noticias Argentinas recorrió la capital suiza y pudo comprobar que, gracias a una eficiente red de transporte público, por ejemplo, el automóvil se vuelve prescindible.
La atmósfera navideña en Berna se teje con sutileza y expectación, mirando siempre al cielo para ver si la ciudad se cubre con su deseada «capa de oro blanco», aunque a esta altura de diciembre, todavía la nieve es solo expectativa para los habitantes de esta ciudad de ensueño.
La decoración es intencionalmente discreta: una ordenanza municipal promueve una iluminación tenue y cálida, donde las ramas de pino negro y las luces estratégicamente dispuestas en fachadas y en las once fuentes históricas confieren a la ciudad un aire de postal sin ostentación.
El guardián de este ritmo distintivo es el Zytglogge (Torre del Reloj), reconstruido tras el Gran Incendio de 1405. Este monumento no solo es el epicentro histórico, sino una declaración de principios sobre la cadencia de la vida bernesa. Su reloj astronómico aún marca la hora solar local, persistentemente atrasada media hora respecto a la hora central europea, desafiando la precisión de trenes y dispositivos móviles.
El mecanismo interno, datado de 1530 y obra del armero Kaspar Brunner, alberga un teatro mecánico que cautiva a los transeúntes minutos antes de cada hora: un gallo canta, figuras de osos giran bajo la atenta mirada de Cronos, que voltea su reloj de arena, mientras un león dorado gira su cabeza «contando a los turistas», según el humor local.
La supervivencia de esta icónica torre es un testimonio de la voluntad popular; estuvo a punto de ser demolida en el siglo XIX por considerarse «inútil», siendo salvada por solo tres votos en una consulta, como recuerda Thérèse Caruso, guía local y experta en historia bernesa. Para los amantes de la ingeniería, la visita guiada al interior es obligatoria, ofreciendo además vistas panorámicas de un centro histórico, reconstruido en el siglo XV con su estructura medieval y declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1983.
Cerca del centro histórico, la conexión de Berna con su emblema es ineludible. Aunque el texto original se centra en el reloj, es imperativo destacar el Parque de los Osos (BärenPark), un espacio emblemático que ofrece un amplio y moderno hábitat para estos animales a orillas del río Aar. Los osos, símbolos heráldicos de la ciudad, se encuentran en este refugio natural y accesible. El paseo hasta allí, descendiendo desde el casco antiguo, regala vistas espectaculares del meandro del Aar y de las fachadas históricas, integrando la fauna y la naturaleza en el corazón urbano.
El espíritu navideño se oficializó con la aparición de Papá Noel el último domingo de noviembre, un evento que congregó a familias y turistas ante el Zytglogge. Este día coincide con la única apertura dominical de los comercios del centro y marca la entrada en el Adviento. «Es el día que me gusta más del invierno; a diferencia de las compras estresadas de otras ciudades suizas, aquí es como una fiesta, la gente sale a la calle a disfrutar», explica la guía Thérèse Caruso.

